EL PILAR DEL JUEGO
La importancia del juego para el desarrollo saludable y el aprendizaje de los niños está sobradamente documentada y queda fuera de todo cuestionamiento. Décadas de estudios han mostrado que el juego es fundamental para el desarrollo físico, intelectual y socio-emocional a todas las edades. Sobre todo, la forma más pura de juego: el juego no estructurado, automotivado, imaginativo, independiente, cuando los niños inician sus propios juegos e incluso inventan sus propias normas para el juego.
A través del juego, los más pequeños aprenden a reconocer colores y formas, sabores y sonidos. Un poco más adelante, los niños usan el juego para aprender a respetarse mutuamente y descubren el valor de la amistad, el compañerismo, la colaboración.

La primera referencia sobre juegos que existe es del año 3000 a. C. Los juegos son considerados como parte de una experiencia humana y están presentes en todas las culturas. Probablemente, las cosquillas, combinadas con la risa, sean una de las primeras actividades lúdicas del ser humano, al tiempo que una de las primeras actividades comunicativas previas a la aparición del lenguaje.
El juego es una actividad inherente al ser humano. Todos nosotros hemos aprendido a relacionarnos con nuestro ámbito familiar, material, social y cultural a través del juego. Se trata de un concepto muy rico, amplio, versátil y ambivalente que implica una difícil categorización. Etimológicamente, los investigadores refieren que la palabra juego procede de dos vocablos en latín: "iocum y ludus-ludere" ambos hacen referencia a broma, diversión, chiste, y se suelen usar indistintamente junto con la expresión actividad lúdica.
Una ventana para observar el juego
Imaginar el mundo de la infancia sin el juego es
casi imposible. Las primeras interacciones corporales con el bebé están
impregnadas del espíritu lúdico: las cosquillas, los balanceos, esos juegos de
crianza de los que habla Camels (2010): “Los juegos de crianza dan nacimiento a
lo que denominó juego corporal [...] nombrarlos como juegos corporales remite a
la presencia del cuerpo y sus manifestaciones. Implica esencialmente tomar y
poner el cuerpo como objeto y motor del jugar” (p. 1). Estos juegos corporales iniciales
que se despliegan en la interacción entre la niña, el niño, su maestra, maestro
y agente educativo contienen toda la riqueza lúdica del arrullo, el vaivén y el
ocultamiento, que son la base de la confianza, la seguridad y la identidad del
sujeto.
Los contactos lúdicos iniciales cuerpo a cuerpo van distanciándose y se
empieza a ver a niñas y niños empleando su cuerpo de manera más activa e
independiente, en saltos, deslizamientos, lanzamientos, carreras, persecuciones
y acciones más estructuradas que conforman juegos y rondas.
El
juego, entonces, hace parte vital de las relaciones con el mundo de las
personas y el mundo exterior, con los objetos y el espacio. En las
interacciones repetitivas y placenteras con los objetos, la niña y el niño
descubren sus habilidades corporales y las características de las cosas.
El
momento de juego es un periodo privilegiado para descubrir, crear e imaginar. Para
Winnicott (1982), “el juego es una experiencia siempre creadora, y es una
experiencia en el continuo espacio-tiempo. Una forma básica de vida” (p. 75).
En este sentido, se constituye en un nicho donde, sin las restricciones de la
vida corriente, se puede dar plena libertad a la creación.
De
la misma manera, el juego, desde el punto de vista social, es un reflejo de la
cultura y la sociedad, y en él se representan las construcciones y desarrollos
de un contexto. La niña y el niño juegan a lo que ven y juegan lo que viven
resignificándolo, por esta razón el juego es considerado como una forma de
elaboración del mundo y de formación cultural, puesto que los inicia en la vida
de la sociedad en la cual están inmersos. En este aspecto, los juegos
tradicionales tienen un papel fundamental, en la medida en que configuran una
identidad particular y son transmitidos de generación en generación,
principalmente por vía oral, promoviendo la cohesión y el arraigo en los grupos
humanos. En este mismo sentido, el proceso por el cual la niña y el niño
comparten el mundo de las normas sociales se promueve y practica en los juegos
de reglas. Según Sarlé (2010):
En los niños
pequeños […] suponen un momento particular en su proceso de desarrollo
evolutivo y sociocultural, y no se adquieren tempranamente. Para jugar juegos
con reglas se necesita la compañía del adulto o un par más competente. En el aprendizaje
de los mismos es frecuente que las reglas se “reinterpreten” para hacer posible
el juego, adaptándolas y dando lugar progresivamente a mayores niveles de complejidad
hasta llegar a jugar tal y como las mismas reglas lo establecen (p. 21).
La óptica del niño
sobre el juego es totalmente distinta a la del adulto, ninguno de los motivos
que mueven a éste a jugar interviene en el juego del niño.
Para educar jugando,
hemos de ser capaces de hacer propiedad e idea de los pequeños cualquier
iniciativa u orientación que les queramos dar, como si la idea hubiera surgido
de ellos. Sus «inventos» les encantan.
Para el niño no
existe una frontera claramente definida entre el sueño y la realidad, entre el
juego y la vida real. El procura seleccionar, comprender e interpretar aquello
que más le interesa.
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