EL PILAR EN LA LITERATURA
Se
le llama literatura infantil a aquella que de un modo especial le interesa al
niño tiene a su vez por propósito el desarrollo de la sensibilidad estética y
la belleza verbal a través de los signos que la representan (Labrero, 1988).
Hoy se sabe que la variedad, el desafío y la calidad de las
experiencias verbales y no verbales brindadas al bebé construyen su cerebro, y
es igualmente cierto que la vida emocional está enraizada en el vínculo
afectivo con las personas más cercanas, que lo envuelven entre múltiples
lenguajes. Esa nutrición, tan importante como la nutrición fisiológica, ofrece
seguridad emocional y oportunidades permanentes a la niña o al niño para saber
quién es, qué siente, dónde termina y dónde comienzan los demás. Según afirma
Bruner (1986), las facultades originales que posee el bebé para interpretar y
construir significados se activan en la medida en que la madre, el padre o su
cuidador lo involucran en ese juego de doble vía que él denomina “reciprocidad”
y que ilustra la capacidad, cada vez mayor de la madre para diferenciar las
razones de su llanto, así como la capacidad del niño de anticipar esos
acuerdos. Saber que todo ser humano se nutre de palabras y símbolos y que
inventa su historia en esa conversación permanente con las historias de los
demás confiere al lenguaje un papel fundamental en la configuración del ser
humano.
Desde este punto de vista, el lenguaje, en el sentido amplio de
capacidad de comunicación y simbolización, la lengua —oral y escrita—, como
sistema

de signos verbales compartido por la comunidad a la que se pertenece, y
la literatura, como el arte que expresa la particularidad humana a través de las
palabras, son esenciales en la educación inicial, puesto que el desafío
principal que se afronta durante la primera infancia es tomar un lugar en el
mundo de la cultura, es decir, reconocerse como constructor y portador de
significado.
Las bases para comunicarse, para expresar la singularidad, para
conocer, conocerse y conocer a los demás, para sentir empatía y para operar con
símbolos se construyen en los primeros años de la vida y por eso el trabajo
cultural, entendido en sentido amplio como el acceso y el disfrute de todas las
artes, del juego, de la lectura y de las prácticas familiares y comunitarias
que identifican y vinculan a las niñas y a los niños con su herencia simbólica
es un componente prioritario de la educación inicial.
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